En la antigüedad
Los
primeros jeroglíficos fueron diseñados hace 5000
años, en cambio los alfabetos fonéticos más antiguos tienen alrededor de 3500
años. Las primeras obras escritas en ocasiones permitían tener solamente una
parte del texto. Entre el
siglo II y el IV, la introducción del pergamino permitió
la redacción de obras compuestas por varios folios largos que podían guardarse
juntos y leerse consecutivamente. El libro de la época
actual sigue este mismo principio, pero la nueva presentación permite consultar
su contenido en una manera menos lineal, es decir, acceder directamente a
cierto pasaje del texto. Alrededor
del siglo X las palabras se escribían una tras otra, sin espacios en blanco ni
puntuación. Por otra
parte, si bien textos que datan del siglo V a. C. atestiguan que en
Grecia se practicaba la lectura en silencio, probablemente fuese una práctica
excepcional durante siglos. La lectura en voz alta era casi sistemática. En sus Confesiones,
el santo católico Agustín de Hipona menciona su
estupefacción cuando vio al santo Ambrosio de Milán leer en silencio.
Edad Media y Renacimiento
Durante
mucho tiempo el lector no era del todo libre en la selección del material de
lectura. La censura eclesiástica, tuvo entre sus primeros antecedentes el
establecimiento de la licencia previa de impresión en la diócesis de Metz en 1485. El papa Alejandro VI dispuso
la censura de obras para las diócesis de Colonia, Maguncia, Tréveris y
Magdeburgo en 1501 y luego fue generalizada en la Iglesia Católica por León X. En España
la licencia previa del Consejo Real a la edición de las obras fue extendida a
todo el territorio por disposición de la corona. Aunque los arzobispos de
Toledo y Sevilla, al igual que los obispos de Burgos y Salamanca tenían
atribuciones para determinar esas licencias, las ordenanzas de la Coruña de
1554 reservaron tales actividades al Consejo Real, es decir, el Estado. En el año
1559 la Sagrada Congregación de la Inquisición de la Iglesia Católica Romana
(posteriormente llamada la Congregación para la Doctrina de la Fe) creó elIndex Librorum Prohibitorum, cuyo
propósito era prevenir al lector contra la lectura de las obras incluidas en la
lista. El
término Ad Adsum Delphini (para uso del príncipe), se refiere
precisamente a ediciones especiales de autores clásicos que Luis XIV (1638-1715), autorizó a leer a su
hijo, en las que, a veces, se censuraban cosas. Aún actualmente, se aplica a
las obras alteradas con intención didáctica o a obras censuradas con intención
política.
Época contemporánea
Hoy en
día la lectura es el principal medio por el cual la gente recibe información
(aun a través de una pantalla), pero esto ha sido así sólo por los últimos 150
años aproximadamente. Salvo contadas excepciones, antes de la Revolución industrial la gente alfabetizada o
letrada era un pequeño porcentaje de la población en cualquier nación. La
lectura se convirtió en una actividad de muchas personas en el siglo XVIII.
Entre los obreros, la novela por entregas continuó leyéndose en voz
alta hasta la Primera Guerra Mundial. Por tanto, en Europa, la lectura oral, el
canto y la salmodia ocuparon un lugar central, como lo hace aún en las
ceremonias religiosas judías, cristianas y musulmanas. Durante
el siglo XIX, la mayor parte de los países occidentales procuró la
alfabetización de su población, aunque las campañas tuvieron mayor efectividad
en cuanto a población y tiempo entre los países de religión protestante, en
donde se considera como uno de los derechos importantes del individuo el ser
capaz de leer la Biblia.
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